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La rosa es la flor más admirada y cultivada en los jardines. Su cualidad principal es que sobrevive todo el año, en climas benignos. Como resultado de los injertos se ha logrado la mayor variedad en color y forma. Las hay en miniatura, trepadoras, flores del tamaño de un botón y otras del diámetro de un plato. Sus colores tradicionales son rojo, rosa y blanca amarillo y blanco pero de allí surgen variedades en color crema, amarillo y anaranjado.
Los expertos de ‘The Southern Living Garden Book”, te dan esta guía práctica:
Sol: Plántalas donde reciban sol directo, lejos de árboles o arbustos, para que sus raíces no absorban el agua y los nutrientes de tus flores.
Colócalas en un lugar donde corra brisa para prevenir pestes.
En climas cálidos el rosal alcanza un mayor tamaño, por lo que lo tienes que plantar alejado uno de otro. En climas más fríos la distancia debe ser menor.
Suelo: fértil y con buen drenaje. La opción es colocarla en una cama de flores.
Nutrientes y fertilizantes: haz un pozo profundo y enriquece la tierra con nutrientes orgánicos como cortezas de árbol, musgo o abono y un fertilizante total, con suplementos de potasio y fósforo. Esta tarea la debes repetir con frecuencia durante toda la vida del rosal.
Antes de meter la planta en la tierra, sumérgela entera en agua por varias horas para que los tallos estén bien fuertes.
Haz un hueco con forma de cono. Acomoda las raíces en el cono, estirándolas bien. La planta debe estar a la misma altura del suelo.
Rellena de tierra hasta llegar casi a la superficie del hueco, aplanándola con los dedos. Luego agrega agua hasta saturar la tierra. Cuando la planta esté firme estírala con cuidado hasta alcanzar el lugar deseado. Entonces termina de rellenar el hueco de tierra.
Riego: Abundante y diario durante su período de crecimiento. Si le agregas una capa de ‘mulch’ de 2 o 3 pulgadas de profundidad para cubrir las raíces, te ahorrarás el riego diario.
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