El estilo Ikebana en la decoracion con flores

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Ese arte milenario y depurado que los japoneses llaman Ikebana significa algo así como ‘flores vivientes’. Se trata desde luego de algo más que de hacer sencillos arreglos florales. El espíritu, la forma, el ritmo vital y la mitología son cuatro elementos esenciales que han dado lugar a ese arte del trato de las plantas y sus partes. Arte que, en su peculiaridad exclusiva y en las estrictas leyes centenarias que obedece, es, por un lado, único en el mundo, y por el otro, transciende y llena a todo un pueblo.



En la más humilde cabaña del Japón se hallan todavía esas composiciones florales que tanto nos fascinan y cuyo sentido nos era a los europeos hace apenas media generación totalmente indescifrable. ¿En qué consisten pues esas leyes por las que se rige el Ikebana? Para citar unos términos asequibles, diremos que son una combinación de mitología y estética: la fe expresada por la forma y el espíritu por la belleza.

El zen budismo

El núcleo filosófico del Ikebana está arraigado en el denominado zen budismo (escuela de meditación del budismo japonés): todos los arreglos florales han de simbolizar la armonía cósmica. Las tres ramas que sirven de base a todo arreglo de flores y plantas representan las ideas del cielo, el ser humano y la Tierra. La segunda característica es una ‘asimetría armónica’ que confiere a los elementos vegetales un matiz alejado de nuestra concepción occidental. El tercer y más importante aspecto del Ikebana estriba en que lo esencial en él no son las flores y los colores, sino el trazado lineal, es decir, la forma externa: una configuración casi geométrica, que está llena, sin embargo, de alma y expresión.



La primera representación del Ikebana de que se tiene noticia fue una ofrenda floral a Buda. El triángulo constituía en ella la base alegórica de la composición. De esta primera forma esquemática fueron desarrollándose, una tras otra, las más diversas variaciones del Ikebana. En el siglo XV se fijó en el Rikka -representación simbólica de un paisaje- como objetivo: una estructuración casi matemática a la que tenía que subordinarse el material. Tres ramas principales -Shin (sustancia espiritual), Soe (elemento subordinado) y Nagashi (camino próximo)- constituyen las puntas del triángulo. Si se añaden entonces cuatro ramas más, la composición gana en profundidad.
  
Partiendo de esas siete ramas, adquieren las formas de Rikka un desarrollo cada vez más para alcanzar en el siglo XVII dimensiones increíbles de hasta 16 metros de altura y 12 de longitud. A las ofrendas hechas a Buda en los templos, se sumaron enseguida representaciones florales más sencillas, hechas en las propias casas. En el siglo XIX surgió como contrapunto del Rikka el arreglo floral -hecho de flores de té- mucho más libre que lleva el nombre de Chabana. Esta nueva forma evidenció una búsqueda de lo sencillo y lo esencial; nada de forzar la naturaleza, sino hallarla en su expresión más pura.



Corrientes estilísticas

En el curso de los años surgieron de la vieja escuela las corrientes más diversas. Se produjo un cambio decisivo cuando, a finales del siglo XIX, abrió el país sus puertos y entabló relaciones con el extranjero. Los occidentales llevaron al Japón nuevas ideas, inventos y productos. Las flores nuevas que se importaron eran plantas de tallos más cortos y con menos hojas, de formas más compactas y colores más fuertes que los de las flores japonesas e indujeron en muchas escuelas de Ikebana la gestación de nuevas formas.
Hoy en día se emplea el llamado ‘Ikebana realista’, cuyo material es fácilmente localizable en la naturaleza. Dicho realismo deja su sello más convincente en el ‘estilo paisajista’: con unas pocas flores y elementos vegetales se despierta la impresión del paisaje mismo mientras que en el ‘Ikebana no realista’ se analizan las propiedades características del material de las plantas, ciertas circunstancias esenciales de una hoja, una rama o una flor, se las observa de acuerdo con su forma, color o ‘espacialidad’ y se las expone de modo que resalte solamente una de esas propiedades.



Estos dos estilos de dar forma se hallan tan enlazados entre sí que han llegado a dar expresión a diez estilos fundamentales; los cinco del Moribana y los cinco del Heika. Según uno de estos estilos básicos, se arma primero el material, al que se le da forma después ‘por intuición’, de manera que dé la impresión de ‘estar vivo’.


Detalle de un arreglo sencillo

Para hacer una de estas composiciones florales básicas podemos comenzar por unas ramas secas de madreselva y, como debe reinar la asimetría, debemos alejar las ramas de la planta lo más posible del centro del soporte. Después podemos añadir a las ramas algunos tallos de mahonia (Mahonia aquifolium), pero procuraremos que sean de diferente longitud porque se trata de imprimir dinamismo al arreglo. Tendremos que reservar algunos de estos tallos para darle el toque final a nuestro futuro trabajo de jardinería oriental.
ikebana, flores vivientes ikebana, flores vivientes
Es el turno, por tanto, de las flores de gerbera, de las que dispondremos en colores variados. La distribución que sugerimos es que la flor del color más fuerte, por ejemplo, una de un intenso tono rojo, sea colocada en la parte baja del arreglo y en el centro del mismo. La gerbera de tallo más largo iría ubicada más atrás y otra de tallo medio podría estar dispuesta hacia la mitad del soporte. Para culminar nuestro adorno, repartimos la mahonia que habíamos conservado para cubrir el erizo de sostén del interior del cuenco.

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